Maestro y amigo

Lugares | Crítica

Anagrama publica el magno proyecto inconcluso con el que Georges Perec quiso cartografiar la realidad y el recuerdo de los principales escenarios de su memoria parisina

Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982).
Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982).

La ficha

Lugares. Georges Perec. Traducción de Pablo Martín Sánchez. Preámbulo de Sylvia Richardson. Prólogo de Claude Burgelin. Edición e introducción de Jean-Luc Joly. Anagrama. Barcelona, 2025. 824 páginas. 28 euros

Como otros escritores entre los llamados de culto, Georges Perec es un filón para los teóricos de la literatura, que encuentran en su obra mil conceptos aprovechables para alimentar sus tesis que en el tiempo del apogeo de la literatura experimental –entre los años sesenta y setenta del siglo pasado– alcanzaron prestigio y predicamento, antes de decaer para convertirse en otra tradición de la vanguardia. La obra de Perec, sin embargo, del mismo modo que la de Raymond Queneau o la del Italo Calvino de esos años, por citar a otro integrante inolvidado del grupo del OuLiPo, no ha quedado confinada a la historia de las ideas estéticas y sigue siendo leída por numerosos devotos que encuentran en sus libros, variaciones o ejercicios, un ludismo no inhóspito –poco interesan los juegos si nos dejan fuera– que en su caso suena natural y cercano, aunque contenga también dosis de artificio. En el parisino, no sólo un seductor, sino un verdadero maestro, alienta una poética a la vez modesta y desmesurada. Lo primero, porque reivindicó la importancia de lo mínimo, de lo aparentemente insignificante –de lo infraordinario, en la acuñación que títuló uno de sus recuentos– frente a la épica ampulosa de los grandes hechos. Lo segundo, porque su ambición lo llevó a pergeñar proyectos que sabía irrealizables o cuya formulación en abstracto podía ser más inspiradora que los textos en los que tomaba forma.

El volumen incluye las fotografías, los facsímiles y las notas de la edición francesa

Ambas cualidades concurren en Lugares, el monumental e inacabado artefacto que editó Jean-Luc Joly para Éditions du Seuil (2022) y ve la luz ahora en español, traducido por el también oulipiano Pablo Martín Sánchez en un volumen publicado por Anagrama que incluye las fotografías, los dibujos, los facsímiles y las notas de la edición francesa. Un libro largamente esperado e inevitablemente fallido, como reconocía el propio Perec, pero muy representativo de sus intereses, vinculado a las indagaciones planteadas en otros –Especies de espacios (1974) o Tentativa de agotar un lugar parisino (1975)– y emprendidas aquí a mayor escala, una escala tan minuciosa y prolija que recuerda la fábula del mapa y el territorio en el relato borgiano. En el prólogo a la edición, Claude Burgelin, biógrafo de Perec y reconocido estudioso de su legado, remonta el proyecto a una carta enviada en julio de 1969 al editor y crítico Maurice Nadeau, donde le informa de un “vasto proyecto autobiográfico” en marcha que constaría de cuatro partes: dos que no se materializaron, lo que sería W o el recuerdo de la infancia (1975) y este libro inconcluso y por fin restituido en el que tenía previsto trabajar durante doce años.

En el fondo del proyecto está la conocida predilección del autor por los inventarios

Una idea monstruosa pero estimulante, como la califica él mismo, que pasaba por escoger doce lugares de París, asociados a momentos personales significativos, y recrearlos en forma de recuerdo y luego de registro real, a partir de la impresión directa y sucesiva sobre el terreno: edificios, comercios, transeúntes, escenas fugaces. Escribiendo un par cada mes, a lo largo del tiempo previsto, se juntaría con 288 textos de los que sólo acabó menos de la mitad, aunque el plan de la obra ha sobrevivido íntegro y de algún modo se transvasó a sus libros de esa época. Para engarzar las dobles series, temporales y espaciales, en la versión recordada y en la que se presenta como retrato directo, Perec recurrió a una compleja estructura –la regla, fundamental en cualquier juego– que fue aportada por un modelo matemático desarrollado junto a Indra Chakravarti, el bicuadrado latino, determinando un rumbo sin por ello abolir la acción del azar. En el fondo del proyecto está la conocida predilección del autor por los inventarios, visible desde su inaugural Las cosas, una obsesión por las enumeraciones y los datos que hasta cierto punto preludia, como bien se ha dicho, el poder predictivo de los algoritmos en la era digital.

El libro desprende un aire elegiaco, fruto de la confrontación de Perec con su pasado

Tal como lo conocemos, Lugares es un texto de imposible edición que cada lector podrá reconstruir de una manera –la web de Seuil ofrece todos los contenidos y un mode d’emploi, recorrido no lineal que permite una participación activa sin la constricción del formato– y donde más que las partes aisladas sorprende el trazado conjunto. Hay fragmentos narrativos, casi embriones de relatos, y otros que parecen entradas de diario, junto a esas habituales listas en las que el observador registra lo que ve o vuelve a ver, sometido al paso del tiempo. Por relacionar momentos pretéritos y espacios desaparecidos, el libro desprende un aire elegiaco, producto de la confrontación de Perec con su propio pasado, que de algún modo asociamos a dos grandes vacíos: el representado por su infancia huérfana y el que dejaría su muerte temprana. Entre los grandes escritores de su siglo, y Perec lo fue, sin duda ninguna, hay pocos que hayan dejado una huella tan viva, como se aprecia en notorios admiradores –entre nosotros, además del traductor, Vila-Matas o Eduardo Berti, véase el acopio de razones que ofrece el reciente Por qué Georges Perec de Kim Nguyen– para los que el parisino es menos un clásico de pedestal que una presencia tutelar en la que se diría que conviven el maestro y el amigo.

Fragmento de la ilustración de cubierta, obra de Eva Mutter.
Fragmento de la ilustración de cubierta, obra de Eva Mutter.

Ética de la sobriedad

Entre otras muchas cosas, Perec fue un renovador de la escritura autobiográfica que en su prosa se expresaba de forma elusiva, fragmentaria, a la vez distanciada y precisa. Su procedimiento neutro, objetivista, enemigo del adorno, no aborda la intimidad a la manera clásica, a menudo embellecida, sino que procede de modo impersonal y oblicuo, como dando un largo rodeo que trata de evitar tanto la exposición directa como –hasta donde ello es posible, especialmente en las descripciones que la llevan a su grado cero– los recursos de la literatura. Conforme a su “ética de la sobriedad, por no decir de la renuncia”, la memoria en Perec, dice Burgelin, “no se convierte en una dinámica galería de cuadros, como ocurre en Leiris, ni en el jardín de múltiples senderos que es para Proust”, volcada en huellas materiales que querría conservar intactas. Lo vemos en las obras en las que se filtra la sustancia autobiográfica, que en realidad son todas o casi todas, en las maravillosas evocaciones de Me acuerdo (1978) o en la formidable La vida instrucciones de uso (1978), en la citada W o el recuerdo de la infancia –donde trata de manera expresa de la traumática niñez y de su iniciación a la vida consciente– o en las breves piezas reunidas en el póstumo y heterogéneo Nací (1990). En palabras del especialista Philippe Lejeune, la de Perec sería una “escritura autobiográfica no demostrativa” cuyo ascendiente se remonta a Stendhal. Vincularse a los lugares, para el perpetuo extrañado, era una forma de procurarse arraigo.

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