Arquitectomanía
Santo y seña de Guillermo Pérez Villalta
Cátedra publica la obra póstuma en la que Antonio Bonet Correa abordó la figura y el mundo de Guillermo Pérez Villalta, un hermoso libro híbrido que fue también su despedida

La ficha
Santo y seña de Guillermo Pérez Villalta. Antonio Bonet Correa. Prólogo de Guillermo Pérez Villalta. Edición y notas de Juan Manuel Bonet. Epílogo de Estrella de Diego. Cátedra. Madrid, 2025. 144 páginas. 23,50 euros
Cuando murió en mayo de 2020, Antonio Bonet Correa estaba trabajando, desde el año anterior, en una monografía dedicada a uno de los artistas españoles contemporáneos que más admiraba, Guillermo Pérez Villalta, al que había seguido desde sus inicios en los setenta. Veintitrés años lo separaban de Guillermito, pero entre ellos hubo una estrecha relación intelectual y afectiva de la que este libro, prologado por el artista con una breve y emotiva Memoria de una amistad, ofrece una prueba luminosa. Editado por Juan Manuel Bonet, Santo y seña de Guillermo Pérez Villalta cumple el encargo paterno de culminar un trabajo al que su hijo, quien ha preferido no alterar el texto inacabado, añade precisas notas y un apéndice de título horaciano, Disjecta membra, que define bien el estado fragmentario en el que quedaron las notas destinadas a las páginas no escritas. El volumen conoció una secreta primera edición (Menú, 2021) en forma de libro objeto, al cuidado de Juan Carlos Valera, y ha sido acogido ahora por Cátedra, muy vinculada al itinerario de Bonet Correa como antiguo editor de la colección de arte y cuyo catálogo contiene también el delicioso ensayo –Los cafés históricos (2014)– donde recogió su discurso de ingreso (1987) en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, acompañado de una memorable serie de “apostillas”. La nueva edición de Santo y seña se presenta el día 29 en la sede de la institución de la que don Antonio fue primero director y después director honorario.
En la redacción de su último libro, el estudioso dejó trazas de autobiografía
Es un libro especial en la fecunda trayectoria de Bonet Correa, no sólo por ser el último, sino porque en su redacción el estudioso, que habría cumplido cien años en este 2025, dejó trazas de autobiografía, referidas a sus padres, a su infancia y formación gallegas –en su Coruña natal, en Lugo– y a las etapas de París, Madrid o Sevilla, donde ocupó la cátedra de Arte Hispanoamericano de la Hispalense y dirigió con ejemplar amplitud de miras el “Correo de las Artes”, avanzado suplemento de El Correo de Andalucía (1970-1972) en el que se estrenaron unos jovencísimos Juan Manuel Bonet (“Juan de Hix”) y Quico Rivas (“Francisco Jordán”). Abundando en su carácter híbrido, Santo y seña resulta de la vieja devoción por Vitruvio, el venerable autor de los Diez libros de arquitectura, y de la que sentía por el artista de Tarifa, revivida por el impacto de su exposición “sobre la clasicidad” (2014-2018) que visitó en 2019. En ella era muy visible lo que Bonet Correa llama la “arquitectomanía” de un pintor, también erudito en materia artística, cuyo trabajo, desde el principio, refleja el imaginario grecolatino de modo directo o a través de su relectura desde los primitivos a los metafísicos, pues el nuevo clasicismo de Pérez Villalta, aunque apegado a la tradición figurativa, tampoco desdeña el eco o la lección de las vanguardias.
En Pérez Villalta parecen indisociables la meditación y la tarea artística
Partiendo entonces del tratadista romano para trazar una “teoría de la arquitectura desde la Antigüedad hasta Le Corbusier”, Bonet Correa inscribe a Pérez Villalta en una estela –donde conviviría con los afines de los que hablará Bonet hijo en el apéndice, a partir de las notas no desarrolladas– que recrea los espacios geométricos en diálogo con el manierismo, el rococó, la escuela simbolista, el surrealismo o el pop, a través de escenas cargadas de “voluntad narrativa” que beben de la mitología y se mueven con naturalidad entre los órdenes sacro y profano. Pintor filósofo o de la utopía, antiguo y moderno, monje humanista, son algunas de las definiciones, esta última debida al propio Pérez Villalta, con las que se califica a un artista que ha leído con constancia y provecho y también ha escrito con sensibilidad y buen criterio, sobre su propia obra en los catálogos, sobre la historia del arte en otras publicaciones –Melancólico Rococó (2010)– o sobre su vida en la autobiografía Espejo de la memoria (2020). Esa utopía remite, para Bonet Correa, a “una cultura viva y mediterránea, incorporada a un concepto de la paz y la felicidad ideales”, propia de un sabio en el que parecen indisociables la meditación y la tarea artística.
Conmueve el recuento en el que el hijo relaciona y glosa las notas de su padre
La escritura felizmente digresiva del autor acaba con unos párrafos que hablan de la predilección compartida por De Chirico y concluye con una frase que no era el cierre previsto, pero tampoco es mal final, tomada de una entrevista en la que Pérez Villalta arremetía “contra las ideologías que destruyen el arte”. Gracias al apéndice, podemos imaginar lo que se quedó en el tintero por las fichas y carpetas –ordenadas conforme a un “sistema personal y maniaco” emulado por Juan Manuel Bonet, nos dice él mismo, en su propio trabajo como crítico– que refieren en particular a los mencionados ‘afines’, entre los que destaca por poco conocida la figura del arquitecto, decorador y paisajista cubano-francés Emilio Terry. Conmueve este recuento en el que el hijo relaciona y glosa las notas de su padre. Aun en su estado inconcluso, el libro tiene en efecto algo de testamento estético y vital, pero quedará también como la última lección del maestro.
La invención de lo moderno
Para el historiador, escribe Juan Manuel Bonet, el diálogo con el artista tarifeño, que lo visitó cuando aquel preparaba su libro sin saber este del todo, según nos dice en el prólogo, que iba a ser el protagonista de sus páginas, se inscribía “en la línea de las conversaciones entre humanistas del Renacimiento italiano”. La misma alta impresión se desprende del epílogo con el que Estrella de Diego, discípula de don Antonio, como lo fueron Juan Antonio Ramírez, Ángel González o Francisco Calvo Serraller, cierra el volumen, Despedirse de la escritura. El profesor Bonet Correa, ya en su recuerdo de alumna, brillaba con luz propia en una Universidad Complutense que para una estudiante llegada de Oxford se quedaba muy por debajo de las expectativas. Entre los sesenta y los ochenta, como estudioso y agitador cultural, su maestro habría liderado “la invención de lo moderno” con un talante abierto y nada autoritario, propio, nos dice, de un intelectual sin prejuicios que sumaba a la erudición cualidades como la lucidez, la infinita curiosidad y el entusiasmo por la vida. Se aprecia incluso en este libro que escribió con noventa y cuatro años, la salud mermada y la cabeza intacta, sin que su estilo –muy alejado de la aridez que a menudo caracteriza la crítica de arte– se resintiera por el esfuerzo. Un acto de pura voluntad lo llevó a emprender este trabajo en el que hablando de dos de sus grandes pasiones, apunta De Diego, dejó como sin quererlo la más elegante forma de despedida.
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