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España atraviesa la peor turbulencia política en siete años. La anterior tormenta, generada por acumulación de casos de corrupción en el PP, se cobró la Presidencia de Rajoy y Sánchez ocupó el Gobierno. Han sido siete años muy difíciles con catástrofes inesperadas –la epidemia del Covid, Filomena, el volcán de La Palma o la dana en Valencia– y con una permanente música mediática de demolición. Que Sánchez no comería el turrón en La Moncloa se anunció varias veces sin sentido. En esta ocasión, sí lo tiene, lo que no significa que vaya a suceder.
En el manejo de esta crisis descomunal que impacta al corazón del PSOE se trata de delimitar la catástrofe al “triángulo tóxico” (Ábalos, Koldo, Cerdán), que ya es gravísimo. Pero la geometría tiene otros polígonos con más lados: cuadriláteros, pentágonos, hexágonos y más. Con las grabaciones interminables y miles de documentos por analizar, se dibujará el polígono final. Si queda en el triángulo, con acusaciones probadas, será un desastre. Si hay más lados corruptos, será la hecatombe.
Hay que esperar. Ni el calibre de los adjetivos de la oposición, ni la insólita entrada en escena de la Conferencia Episcopal pidiendo elecciones anticipadas –tan callados los obispos ante la corrupción del PP como en la ignominia de los abusos a menores por enseñantes religiosos– determinarán lo que va a suceder en los próximos meses. Especular es un riesgo porque nada, aunque parezca hoy probable, está garantizado.
Entretanto, la economía marcha mejor de lo que los agoreros predicen. Pero los efectos de la corrupción se sienten o se sentirán. Según el catedrático José Ignacio Conde-Ruiz, un incremento de un 1% en la percepción de la corrupción puede tener hasta un impacto de medio punto en el PIB. Lo justificaba en RNE: la corrupción supone menos eficiencia de la inversión en las empresas y viene a ser como “un impuesto más” que redirige a los inversores a otros países, además de la pérdida de confianza institucional. La andanada actual llega en momentos incómodos de exigencia de Hacienda a los ciudadanos por la Renta, lo que irrita más a los cumplidores de sus obligaciones. Por no decir también que todo esto es una contribución a la extensión del populismo.
Sin duda habrá que reforzar los mecanismos de control. Y acordar más severidad en los castigos. Entre los increíbles retrasos en los juzgados y las artimañas procesales, resulta bastante barato delinquir, salvo excepciones. Hoy todo es más transparente en la tramitación de las adjudicaciones públicas, pero no es suficiente. Acaso, digitalizar más los procesos para que se reduzca el contacto entre las empresas que concursan y los que deciden, puede mitigar el número de casos de corrupción.
La niebla informativa que sorprende cada día tapa otras noticias y reconocimientos necesarios, como el de las Medallas de Seguridad creadas por el Ministerio del Interior. Las recibieron agentes de Policía –de todas– asesinados por ETA; secretarios de Estado, incluido Ricardo Martí Fluxá del PP; o Pere Navarro, director general de Tráfico, además de la Gran Cruz a Alfredo Pérez Rubalcaba. Éste comprendió que a ETA había que derrotarla policialmente, pero también desde la comunicación. Y lo logró.
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