La dama de los gatos

11 de junio 2025 - 03:06

Bajo unas vaporosas gasas superpuestas, como si de ella surgiera una nube grisácea de atardeceres húmedos, surge una mirada de ojos marinos flanqueados de estrías, repletos de historia indescriptible, de indefinibles años, de inagotables horizontes. Es atractiva en su curtida piel, elegante en su acompasado andar, de puntillas, como si portara la síntesis de una dinastía indescifrable, como si llevara en sí el misterio de la aristocracia jerezana. Oigo su voz delicada, casi asmática, llamando amorosamente a los gatos: ¡chiquitines, pequeños! De pronto, como si de un ¡puff! ilusionista se tratara, salen desde los rincones multitud de felinos de todos los colores y condición. Les va dando nombre, y se arremolinan cariñosos entre sus tobillos delgados que parecen que la van a tirar. Sonríe y asoman las perlas de su boca ¡Qué bella debió ser! Acaricia al primero que anda desorejado - ¡pobre! ¿qué te han hecho? Y el minino se refocila entre sus manos nervudas y sarmentosas.

Todos compiten maullando por una caricia debida. -Ya, vale, ya…ahora a comer, mis gatitos. Mamá os trae algo especial. Mientras saca de sus faltriqueras puñaditos de bolas de todos los colores… ¡despacio, despacio! justo cuando la colorada tose atragantada de pura ansia. He dicho despacio...ya, ya, ya pasó, acariciándole el lomo encendido de puestas de sol a la intemperie. Ven Paquito, reparando en un gato pardo a quien le falta una patita, ven, que estos egoístas no te van a dejar nada. Y el animalito, renqueante le lame la palma de la mano con tanto amor que casi se atraganta.

No tienen lustre y muchos llevan los ojos pitañosos y heridos. Son de la calle, como los pobres que viven entre cartones, como los atardeceres que se ocultan tras el horizonte, que no son de nadie, o de todos, según se mire. No tienen otra dirección postal que la llamada de esta mujer a la hora vespertina, cuando nadie sale y se recuestan los cuerpos en los plácidos jergones del descanso.

Yo estaba allí, escondido, simulando la mirada hacia todo lo que acontecía. No quería distraer el gesto solidario de la mujer. Se agachaba ora aquí, ora allá, como si supiera el espacio que corresponde a cada uno; porque son muy celosos de su territorialidad. Ella lo sabe y, de sitio en sitio, deja montoncitos de comida, para evitar disputas innecesarias. Ya se sabe que los felinos son individuales e independientes.

Tiene la mujer una estatura considerable que aumenta la sensación de una delgadez extrema. Pero cuando se agacha y se curva, con docilidad de yoga, cae sobre ella una cascada de pelo gris con reflejos de luna. Me recordaba a alguien, no sé, alguien que hubiera visto en el cine…alguien que llevaba hechizo en su mirada. Pero era de noche y las luces ambarinas de las farolas confunden los sueños con la realidad. Todo se vuelve sutiles irisaciones de la imaginación. Lo tengo en la punta de la lengua…esa señora, esa señora… ¿quién es? Se sienta en el ribete de la acera y, ya descansando de su ajetreado ir y venir de bolsas, contempla taciturna el ronroneo de la gatomaquia reunida: maullidos, silbidos, parloteos, miradas celosas, tan felinas. Una sinfonía parlamentaria inaudita, sólo inteligible a los sentidos abiertos de aquella enjuta señora.

De vez en cuando interviene, habla, sisea como si entendiese el locutorio de lo que allí se maúlla. Es una mujer atractiva, magnética, de un misterio inasible que escapa al entendimiento. Veo que mueve los labios, que habla con el fantasma de la noche, que gesticula como si bailara con alguien el vals de los sueños dormidos. Es una loca, porque vive fuera de lugar; es una sabia, porque habla consigo misma, o con alguien de otra dimensión; es una mujer que ama la vida, porque está rodeada de ella, de maravillosas criaturas de la naturaleza que la miman acariciando con sus colas las delgadas columnas de su cuerpo; es una revolucionaria, porque rompe el silencio de la obscuridad con el contubernio de los gatos; es una dama, porque se la ve sonreír desde la comisura de los labios, sin estridencias, con las delicadas formas de una exquisita educación; es una escultura del tiempo que lleva en sí tantas vidas como gatos alimenta…Quién sea esta señora, me recuerda a otra… Lo tengo en la punta de la lengua…Se levanta despacio para recoger los platitos que ha puesto de comedero improvisado.

Los gatos se van. Los gatos son así. No esperan a darle las gracias. Se van. La dejan sola, como los hombres, como la sociedad, como todo. Se van a condescender con otros deseos inextricables. Así son los gatos, así los hombres. Así somos. Ha quedado sola, sin un maullido de agradecimiento. Eso tienen los gatos, que te devuelven a la humildad de la que procedes, sin aplausos, sin caricias, sin un mínimo ronroneo que te compense. Se van a recorrer los caballetes de los tejados, a cantarle a las sombras que cubren la noche, como si sus aullidos hubieran salido de las almas del purgatorio ¿no los oyes? maúllan con un lamento de lejanía indescifrable ¡miiiaaauuu! Da miedo ese sonido que marca la existencia de un más allá que sólo ellos conocen.

La señora se va como vino, despacio, perdida entre la bruma de su vestimenta y la nube de su pelo, desaparece sola por la delicada penumbra de la noche. Parece que canturrea, como un eco de antigua balada…entonando sola, sola, y se va como vino, como los gatos, con la sutileza de un caminar acompasado…Ya sé, ya sé a quién me recuerda esta dama de los gatos…

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