
Tribuna económica
Carmen Pérez
Nuestras pymes, nuestra SGR
Desde la espadaña
El relato bíblico del Éxodo registra un caso temprano de desobediencia civil con las parteras Sifra y Puah, quienes infringieron la ley del Faraón al no matar a los bebés hebreos varones. Antígona, hija del rey Edipo, desafía al tirano Creonte y a la ley de la ciudad para dar sepultura a su hermano Polinices, considerado traidor de la patria. Incluso en la mitología aparece Prometeo en rebelión e insubordinación a los dioses por cuyo hurto ígneo pagaría con cadenas y dolores de hígado por el resto de sus días.
En el fondo, toda revuelta que se ha dado a lo largo de la historia no es sino desobediencia civil contra el abuso y la injusticia ¿Qué hicieron sino los Magos cuando contravinieron las órdenes de Herodes? La decisión de Sócrates, por ejemplo, de continuar con su filosofía, incluso cuando fue condenado a muerte por el estado, puede ser vista como un paradigma de desobediencia civil, aunque no fue una resistencia activa a las leyes. Los actos de desobediencia civil en la antigüedad, como en la moderna, se basaban en la conciencia moral y la creencia en una ley o norma más alta que la ley del estado.
Una de las primeras referencias significativas de la historia moderna de desobediencia civil se le atribuye a Henry David Thoreau, quien en 1846 se negó a pagar sus impuestos al gobierno de Estados Unidos en oposición a la esclavitud y la guerra contra México. Su protesta no violenta sacudió al Estado a cambiar las leyes injustas y crear un nuevo paradigma social y político. No cabe duda de que su acción pública, consecuente y arriesgada, generó conciencia social y presión sobre las autoridades para que se produjera un giro significativo en las leyes esclavistas del momento.
La desobediencia civil lleva inexorablemente parejo el conflicto de conciencia que se produce entre la ley establecida y la decisión de oponerse a ella por razón de principios morales. Difícil solución cuando se ponen en juego: individuo y sociedad, justicia y derecho, moralidad y política. Un dilema entre legalidad, delito y conciencia. ¿Se ha de obedecer siempre aun sabiendo que atenta contra tu conciencia o te obliga a cometer una estafa? ¡This is the questión! ¿Qué autoridad puede mandar contra tu conciencia? ¿Qué distancia hay entre poderes y principios individuales? Decía Tomás de Aquino que nada puede ir contra lo que tu conciencia cree que es justo; cosa distinta es la consecuencia nefasta que ello implica.
Tenemos ejemplos dignísimos de personajes íntegros que no ha habido castigo que les amedrentase. Tomás Moro, por ejemplo. Antes la razón que la autoridad injusta. Le costó la cabeza. Porque la conciencia va más allá de lo que te apetece o conviene. Decía Unamuno a Millán Astray: ‘venceréis, pero no convenceréis’. Está clara la dialéctica envolvente y pertinaz. Los gobiernos tocan las narices y la desobediencia las toca igualmente. Unos y otros en flujo y reflujo de equilibrios permanentes.
Decía Thoreau que ‘el mejor gobierno es el que gobierna menos’; si no fuera porque todos se creen con el derecho a decirnos lo que hay que hacer y pensar. En este caso, desobedecer puede ser divertido, además de justo. Cuando un gobierno es injusto, el lugar del hombre justo está en la conciencia. Nadie puede renunciar al pensamiento libre, por más leyes que se promulguen en contra o haya instituciones que claudiquen al control de los gobernantes. ¿Qué hubiera sido de Mahatma Gandhi con la Marcha de la Sal sin la desobediencia civil? ¿Qué de la lucha de Nelson Mandela contra el apartheid? Si una ley es injusta tienes la obligación de rebelarte pacíficamente. Porque lo primero es ser hombre y lo segundo ciudadano, o lo que sea. Antes que la ley, prevalece el respeto a la justicia. Antes que la paz, la verdad. La obediencia borreguil puede contribuir a perpetuar la injusticia o la esclavitud.
“¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina... Pedro y los apóstoles respondieron: ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’…” (Hch 5,28ss.) Sobra comentario. Cuando no queda otra opción, se pone la carne en el asador y se complica uno la vida. ¿Por qué la gente calla ante las tropelías gubernamentales? ¿Por aceptación o por miedo? ¿Por indiferencia? Acaso por comodidad y desidia.
Una sociedad ética formada por ciudadanos libres, con un alto sentido de la justicia y la moral, tiene que plantearse la desobediencia civil ante los sinsentidos del gobierno injusto. En su día, Stéphane Hessel instaba a los ciudadanos: ¡Indignaos! Aquí lo hacemos ante los descalabros que suceden en el gobierno, así como en otros muchos lugares donde la chulería y el desenfreno provocan las situaciones más irrisorias y vergonzantes jamás imaginadas ¡indignaos! Nos queda el movimiento ciudadano y la objeción de conciencia ante las tropelías ¿legales? Que nos quieren imponer.
‘Obedecer a Dios antes que a los hombres’ significa recuperar la libertad de conciencia que se nos ha sido arrebatada por los impostores de la política que ostentan el poder. Acaso ahora la conciencia sea tomada como políticamente incorrecta; quizá la verdad se quiera trocar en mentira.
La desobediencia civil contra el totalitarismo con el fin de recuperar el procedimiento democrático que constantemente se está transgrediendo en el incumplimiento del parlamentarismo medianamente exigible a todos los efectos: buscar la lealtad constitucional ante tanto desafuero existente. Aunque parezca una contradicción: precisamos de la desobediencia civil para restablecer el respeto a la legítima Constitución conculcada.
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