El gobierno jacobino

18 de junio 2025 - 03:06

Si Tocqueville, en lugar de estudiar la democracia americana, se hubiera entretenido en la española, su tratado hubiera sido el elogio de la locura y habría, con ello, emulado a Erasmo en el halago que hace de la stulticia, de cómo se trasparenta y se lleva en el rostro por mucha púrpura que se ponga el mono. De tanto haberse autocontemplado en sus propias alabanzas, tan llenas de halagadores, no han hecho sino poner de manifiesto lo que ya se sabía y la UCO ha puesto sobre el tapete; porque no se puede blanquear a un etíope ni a un elefante hacerlo pasar por mosca. Tarde o temprano aparecen las fiebres cuartanas y el ridículo de quedarse, no una vez colorado, sino ciento amarillos.

El problema, no obstante, según mis entendederas, radica, no ya en los cuatro, cinco o diez corruptos que salgan (que los hay en todos los partidos) sino en el sistema mismo en el que estamos inmersos. El pim-pam-pum de la política debería centrarse en el análisis de lo que en verdad nos lleva a estar en manos de los desaprensivos, militen donde militen. De otro modo, seguiremos como hasta ahora, en una dinámica de cacería indiscriminada, unos contra otros, y a la espera del mínimo fallo del contrario para seguir en la batalla de la aniquilación vengativa que las ideologías no zanjan. No creo que sea lo que quieran los ciudadanos.

Hay un problema de fondo que tiene que ver con la estructura general y que invalida cualquier solución chapucera que puedan poner cualesquiera que vengan. De no haber una clara separación de poderes, la soberanía popular estará en manos del mejor manipulador. La injerencia política en las cuotas de magistrados del CGPJ, por ejemplo, invalida la independencia judicial ¿Quién cree a una justicia de cuotas más que de profesionales?

Otro tanto pasa con la Asamblea legislativa si no hay una verdadera reforma del sistema electoral. Así nos encontramos, vendidos al mejor postor por la dinámica proporcional que nosotros mismos nos hemos dado ¿Qué clase de Constitución permite que en el Parlamento tengan voz y voto quienes van en contra de los principios fundamentales que la misma Constitución defiende? Una inviabilidad de orden racional, una contradicción, más aún, una locura. Así pasa, que los exaltados, violentos y radicales están sentados en los escaños y, como estamos comprobando, chantajeando al gobierno de turno que los necesita ¿Es este el sistema?

Ni la revolución francesa hubiera permitido tal desorden. Al menos en su visión de la indivisibilidad de la nación que los llevaba a defender un estado fuerte y centralizado. No sería posible desde el momento en que nos hemos autocastrado con el sistema de las autonomías sangradoras que actúan como sanguijuelas a efectos del bien común, tantas veces conculcado. Pero ha entrado el jacobinismo político, los sabios defensores de la soberanía popular rousoniana y el adanismo de una democracia populista al estilo de Robespierre ¿Es posible un cambio de timón con semejantes antecedentes democráticos? Lo dudo.

El gobierno está derivando en absolutismo en nombre de una voluntad general, que no representa la verdadera mayoría del interés común con el actual sistema electoral que tenemos. Basta con ver los pactos antinatura con quienes sólo tienen intereses territoriales partidistas. Pura farsa con tal de permanecer en la poltrona ¿Quién lo permite? La aritmética parlamentaria. ¿Y hemos de callar a tal chantaje sistémico? ¿Puede el Parlamento controlar el abuso del gobierno? ¿Todo el sistema depende del cálculo matemático?

Por eso es imprescindible que el poder judicial sea independiente respecto de cualquier injerencia política y se pueda desde ahí poner freno al intento de totalitarismo político que terminaría por comprar la voluntad directa del pueblo. El jacobismo al que estamos asistiendo permite desconfiar de cualquier solución interna que surja del partido en el poder (no sólo de su vertiente liberal ligada a los derechos políticos, sino también en su vertiente democrática).

No creo que de los Quintos de Mora salga la posibilidad técnica de una reorganización ética y responsable; antes bien, un nuevo intento maquiavélico de supervivencia contra todos. Veremos el maquillaje. Ni moción de censura ni presupuestos, a lo sumo, movimiento de fichas en el tablero para seguir jugando con los españoles. Pura táctica pragmática que dará oxígeno hasta el 27. Ya digo, la crisis sistémica no se soluciona sin una revolución legal fundamentada que afecte al sistema representativo que tenemos.

De momento estamos rodeados de organizaciones de corte jacobino, clubes de amigotes y medios de comunicación al servicio del poder, vigilantes que se autovigilan y coaccionan en función de la cercanía y servilismo al jefe (óiganse las grabaciones entre amigos en clara desconfianza de unos contra otros, vigilados y vigilantes).

Hoy el poder del pueblo se encuentra dividido: por un lado, la cámara del parlamento, depositario de la soberanía nacional, y por otro el poder coactivo encarnado por los activistas del ala extremista de los grupos jacobinos que tienen secuestrado al gobierno.

Esta dicotomía la vemos en las calles, en los foros ciudadanos y hasta en los representantes más emblemáticos que viven más pendientes del activismo callejero que del trabajo parlamentario. Arde Roma y la culpa la tienen los cristianos. Si las libertades civiles están en juego, la libertad de prensa se supedita a la subvención estatal y la libertad de conciencia está condicionada por lo políticamente correcto ¿qué falta para que se convoquen elecciones y pueda reestructurarse la democracia?

La Omnipotencia del Estado nos tiene presos, el despotismo de quienes se han apropiado de las instituciones nos tiene hartos, el genocidio cultural es un hecho y la división de poderes está por verse… Si a esto le añadimos el régimen de terror al que nos tiene sometido Hacienda ¿Qué más necesitan los ciudadanos honrados para levantar la voz y hacer valer sus derechos constitucionales?

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