
Tribuna Económica
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El Poliedro
Hace unos años, el cocinero José Andrés protagonizó una campaña de Alimentos de España, cuyo lema era “El mejor país del mundo”. La IA nos dice que así es, o al menos que estamos en el ramillete de los mejores según un criterio amplio: “Para vivir y disfrutar de la vida”. En las últimas dos décadas, las loas a la calidad de vida de nuestro país han llegado desde periódicos extranjeros y nacionales, en repetidas ocasiones, con base en diversos rankings. Por ejemplo, El Mundo se hacía eco de un barómetro del confiable Instituto Elcano, 14/2/2025: “España, en la cima de los países mejor valorados por los europeos”. España es la nación ideal para hacer turismo, aunque no tanto como un lugar “para invertir”. Apenas siete meses después, Arcadi Espada, columnista central del mismo periódico, publica una pieza con una interminable lista de lacras Made in Spain. Descontemos que hubiera fanfarria y autobombo en la primera noticia. Y sanchismofobia en la segunda.
Pero los de Espada son datos, los de la cara fea de la realidad española. Cita algunos asuntos en los que somos de los peores de Europa: índice de miseria (inflación más paro), de pobreza infantil; lectura y matemáticas de los escolares. Otras deficiencias estaban más traídas con alfileres e ideología (incluido un fraterno puyazo final a Ayuso, algo forzado). La polarización en la opinión es un vicio nuestro, una probable cola del cometa de la Guerra Civil. Arriesgaremos a ser tibios: no es ni tanto ni tan calvo. No ya el magister Sánchez y sus partidarios, sino muchos de sus detractores, son capaces de cambiar de opinión sobre cosas importantes de la noche al día y de un día para otro: “País”, decía Forges.
Dos emergencias con tufo de inestabilidad y chapuza nos han sacudido en una semana: la crisis ferroviaria y el previo apagón del sistema eléctrico. Las causas de ambas son objeto de pugilato político. Nada muy nuevo. Sí es grave el colapso energético por los costes públicos que barrunta. Un Gobierno que se defiende como gato panza arriba ante la responsabilidad de Renfe y de Redeia, otrora REE, con participación de control de la estatal SEPI, y dirigida de giratorias maneras por “uno de los nuestros”, Beatriz Corredor, compañera de concejalías de Sánchez. Hay algo gordo detrás de la resistencia del Gobierno a reconocer su posible responsabilidad, una vez descartada la coartada del sabotaje. Se trata de indemnizaciones que merman la viabilidad presupuestaria del Reino de España. Nuevas coces a la sanidad y la enseñanza públicas, nuevos nubarrones sobre la sostenibilidad de las pensiones y las infraestructuras básicas. El fantasma ataca de nuevo: crujir a impuestos a los de siempre. Se llaman clases medias, autónomos y empresas de todo tamaño, porque por la cima y por la sima se recrecen poco las capas freáticas de la justicia social.
Tomás Moro, en su libro Utopía (1511) proponía como conveniente al Derecho Natural y para un Estado ideal el proveer tres asuntos: hospitales gratuitos, educación obligatoria, pleno empleo. Siglos después, practicamos el vicio de trinchera en el supuesto mejor país del mundo. Un conveniente Gobierno de mayorías PSOE/PP produce asco en una esquina y otra del ring patrio. Casi 500 años lleva muerto Moro. De pronto, las indemnizaciones por los últimos acontecimientos y la obligación de incrementar nuestro presupuesto de Defensa ponen en tenguerengue las cuentas del Estado. Que no son sino la cuantificación de los ideales que deben alumbrar un país digno, según sostuvo el preclaro pensador inglés (que acabó decapitado). El Gobierno lo sabe, y la oposición también. Es un secreto a voces que el desafío nacional es la pelea entre ingresos y gastos. Pero parece que lo fueran la cabeza o, alternativamente, el culo de Sánchez.
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