Pablo Gutiérrez-Alviz

El último encuentro

La tribuna

El último encuentro
El último encuentro

29 de mayo 2025 - 03:05

Hace unos 33 años, Carmelo, de nacionalidad italiana, excelente profesor de idiomas y reputado empresario de hostelería, convocó sin motivo aparente a sus más antiguos amigos españoles para cenar en una cálida noche de primavera. Nos citó en su pizzería Trastevere, y a los postres dijo: “A finales de agosto regresaré definitivamente a Sicilia, no puedo ignorar la llamada de la isla. Llevo 25 años en Sevilla, y antes he trotado mucho por el mundo. Como sabéis, me compré un terreno en mi pueblo, Linguaglossa, al pie del Etna y, por fin, he terminado de construir la casa de mis sueños”. Como conclusión vino a decir que la Sevilla resultante de la Expo del 92 no le interesaba.

Todos los comensales sabíamos que estaba haciéndose una vivienda en los aledaños de su pueblo natal, pero creíamos que sería una finca de recreo para disfrutarla durante las vacaciones. Al poco tiempo liquidó el negocio: lo vendió a sus empleados a un módico precio.

Carmelo es un singular personaje. En su juventud estuvo enrolado en la armada italiana y devino en curioso cosmopolita. En la treintena conoció a una veterana dama británica, siempre vestida al modo hindú, con quien abrió una modesta academia de idiomas en el barrio de Los Remedios de Sevilla; adonde iba yo como alumno (adolescente) a mediados de los años setenta. Carmelo enseñaba la lengua de Shakespeare con simpatía italiana y grandes dosis de humor británico. Me contaba historias de su amada Sicilia y, especialmente, ciertas leyendas de la cosa nostra. Me refirió que Corleone se había hecho un pueblo famoso por ser la villa natal del padrino don Vito Corleone (de la novela de Mario Puzo, luego grandes películas). Y allí peregrinaban con devoción los turistas más cinéfilos. Fue unos de los pioneros en abrir pizzerías en la capital hispalense. Solterón empedernido, claudicó al enamorarse de Debra, joven y atractiva estudiante yanki con la que se casó, talludito, a principios de los ochenta. Tuvieron dos hijos. Entonces, yo era notario de Utrera, y allí acudía el matrimonio a firmar sus escrituras.

El mes pasado fui con mi familia a Taormina (Sicilia). El segundo día cogimos una excursión al Etna y el guía, de unos 40 años y de habla española, se identificó, “me llamo Nino, soy italiano, aunque nací en Sevilla, mis padres se vinieron a Sicilia cuando yo tenía 6 años”. Y le repuse sin titubear, “tú eres hijo de Carmelo”. Se quedó estupefacto. Le pregunté si su padre vivía y, en ese caso, que lo llamara. Lo telefoneó, y nos invitó a su casa para tomar el aperitivo.

Confieso que estuve muy inquieto durante la excursión al Etna. Quería disfrutarla, admirar la belleza del volcán, pero también tenía prisa por ver al viejo amigo y a su esposa.

Llegamos a su casa, y nos recibieron encantadores. Carmelo (casi nonagenario) con su franca sonrisa nos enseñó la amplia parcela con viñedo, huerto, jardín, vivienda de uso turístico, y caserón principal. Saltaba a la vista que era un avezado viticultor, minucioso hortelano, y fino jardinero, al modo de César Manrique: destacaban los bellos y exóticos cactus repartidos meticulosamente por la finca. Subimos a un amplio porche y quedamos boquiabiertos con la imponente vista de la ladera noreste del Etna. Debra y Carmelo se ausentaron un momento, y reaparecieron con sendas bandejas. En una, reposaban las copias de todas las escrituras que habían firmado conmigo en Utrera. Y en la otra, unas elegantes copas y una botella del vino tinto de su propia cosecha. Brindamos y trasegamos alegres el étnico morapio criado en las arenas volcánicas de aquella parcela.

Pasamos un rato maravilloso y bastante nostálgico. Intercambiamos tanto los números de los móviles como las direcciones de los correos electrónicos. Al despedirnos sentimos que era nuestro último encuentro. Muy distinto al de la enigmática novela de Sandor Maray. Un emotivo abrazo bajo el volcán, al pie del Etna que, tembló también afligido: emitió un tenue y particular movimiento sísmico.

stats
OSZAR »