
Santiago Carbó
Debate abierto sobre el euro digital
Tendido de Sol
Tal día como ayer, hace 105 años, fallecía en la Plaza de Talavera, cogido por Bailaor, José Gómez Ortega Joselito. El rey de los toreros, el matador que sentó las bases de la tauromaquia moderna, cuya muerte lloró toda España y por el que se vistió de luto la Macarena. Como es costumbre desde entonces, cada 16 de mayo, se guarda un minuto de silencio en su memoria. Así, respetuoso y sentido, se hizo ayer en la Plaza de Las Ventas. Igual lo hice yo, con la misma emoción que lo hice siendo un niño, en la plaza de Sevilla, otro 16 de mayo, de la mano de mi padre, en recuerdo de José.
La corrida del Puerto, remendada con dos toros de Victoriano del Río, con excepción del bravísimo quinto, cumplió en el caballo, resultando descastada y floja, manejable en la muleta. Manzanares, con un lote que se dejaba, estuvo despegado y frío, siempre al hilo del pitón y con el pico de la muleta. Es cierto que a ambos toros, flojos, no se les podía pedir, pero tampoco el matador quería exigir. El público, estamos en Madrid, pitó protestando. Mató –parece que ha recuperado el sitio– de dos estocadas eficaces.
Aguado, otro tanto de lo mismo, tuvo un último toro al que poco le pudo hacer, pero tuvo un primero flojo pero noble, al que toreó con elegancia, con corrección y frío academicismo, pero que no acabó de llegar a los tendidos, quizás porque no le pudo bajar la mano, quizás porque no le pudo mandar, quizás porque le enganchaba la muleta, quizás porque Pablo necesita su toro y este no acaba de llegar, quizás porque se contenta como ayer con un extraordinario trincherazo o un cambio de mano, quizás... vete a saber por qué. En Pablo siempre hay un quizás. Dio un sainete con la espada que tiene que arreglar, quizás, si quiere ser figura.
A Fernando Adrián le tocó un bravísimo toro de Victoriano llamado Frenoso. Un toro que a más de un matador lo manda a casa. Bien armado, ancho de sienes, descarado de pitones, Frenoso daba miedo. Desde que salió dio muestras de su bravura, acudió al caballo largo, empujó con celo. Lo cita Adrián, sin vacilar, de rodillas en la segunda raya y el toro se arranca como una exhalación. Es una máquina de embestir. Lo arrolla. Se da cuenta el torero, que se levanta y sigue toreando con la derecha rematando con un pase de pecho de pitón a rabo. Dando distancia, así se torea, la muleta baja adelante, los pies atornillados en la arena, cita al toro, que en varias series acude fijo, con agresividad, y se desplaza siguiendo la muleta hasta atrás y así uno y otro hasta el forzado de pecho, más forzado que nunca. Igual, ya en una distancia más cercana, ocurre en otras dos ajustadas series al natural que remata con un molinete ligado a uno de pecho. Remata la faena por bernardinas ligada a un natural enroscándose al toro en la cintura y un pase de pecho. Es una faena excepcional, con mucha verdad, de torero macho. Pincha y pierde las dos orejas. No se puede fallar un toro así en Madrid. Da, desconsolado, una merecidísima vuelta al ruedo. También debía haber dado la vuelta al ruedo frenoso, que quedará para siempre en la gloria de los anales de la plaza.
Terminaba la corrida y no podía dejar de acordarme de Gallito en el aniversario de su muerte y la copla de Muñoz Seca: “Talavera, Talavera, qué triste suerte tu suerte, que en tu plaza bullanguera, de una cornada certera, halló Gallito la muerte.”
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