
Santiago Cordero
Sin palabras
Desde la espadaña
Todo poder, de cualquier institución que se precie, necesita de los tontos, de ese ganado laboral con cuyo cuerpo dócil y sometido se sostiene la máquina y el artificio. Precisa de chaqueteros que se crean libres y creativos: trabajadores del sistema, que, sin conocerlo en sus fines mismos, sirvan de eslabón para otras cadenas. De ese modo se alimenta un régimen, bajo la ortopedia disciplinaria. Mientras, el poder permanece oculto. Se nos alimenta con mucha información, de tal manera que atascan las cañerías de su circulación. A mayor cantidad, menos posibilidad de análisis y detenimiento crítico. Nos sobrealimentan hasta dejarnos empachados y atracados (robados).
De este modo nos mantienen en las cárceles abiertas, creyendo que estamos gozando de la suprema libertad. Nadie impide que ingreses en las redes, nadie se opone a su acceso; al contrario, se te ofrecen muchas facilidades. No puedes quejarte de estar informado (yo diría encauzado). No sabemos muy bien de qué, pero informados, al fin y al cabo. Tenemos los bolsillos llenos de chocolatinas, y un niño con los bolsillos repletos de chuches te deja en paz y resulta más fácil su vigilancia. Quiero decir que nos despelotamos mejor y permitimos que nos controlen para que todo quede registrado en la caja negra de nuestra navegación.
Paradójicamente somos personas que viven atrapadas en la información. Nos hemos puesto los grilletes digitales. Que no son molestos, como los cautivos de antaño que llevaban argollas y producían heridas; son suaves y susurradores, no dan órdenes, se llevan comunitariamente, como si se tratara de una eucaristía digital y participativa ¡qué bien todos unidos en el clic y en el like! Han hecho de nosotros puro dato, pero sin ninguna referencia al más allá. Somos enjambres digitales sin masa social, sólo perfiles, sólo algoritmos. El poder se ratifica con la información que recibe de nosotros que somos los tontos que necesita para seguir en la poltrona.
La información es poder, de tal suerte que el régimen ya no es político, no solamente, sino de la información. De cuyo se deduce que soberano es quien manda sobre la información en la red. Lógica aplastante. Si todo lo dicho lo aplicamos a la democracia actual, díganme ¿qué hay de verdad en la participación del pueblo? Ya no hay discursos racionales sino sopicaldos televisivos de distracción, telecracia, teatrocracia y performance. La democracia es la telecracia de la imagen, de la visceralidad controlada capaz de someter nuestra percepción del mundo y de las cosas. Las grandes cadenas vigilan el pensamiento, lo que dicen va a misa y la crítica se desecha por la letrina de sus intereses ¿Dónde situamos el pensamiento y el discurso racional? ¿En la audiencia televisiva?
Se está denigrando el juicio crítico en favor de la visceralidad primaria: placer, diversión y consumo ¡Ea! ya estamos comunicados hasta morir; porque estabilidad no nos deja ninguna; por el contrario, quedamos abiertos al torbellino de una actualidad cortoplacista que a su vez nos lleva a otra, y así sucesivamente. El exceso de afectividad comunicativa nos lleva a la excitación y no a la racionalidad que requiere pausa. De este modo aparecen continuamente, como en cascada, los fake news, sin que haya tiempo suficiente de reposo y análisis. Así se instala el clima de opinión falsa, los generadores de odio y, por supuesto, la mediocridad que nos gobierna ¡Qué difícil se hace actuar contra los memes y la desinformación estructural!
Por eso al gobierno no le interesa el Parlamento como sede de diálogo y análisis, prefiere la comunicación de las redes sin capacidad de acción política concreta: mucha comunicación sin ida y vuelta. Dan sólo lo que les gusta, sin contraste ni crítica racional que les contradiga ¿Quién rebate a quién? Puro autismo comunicativo. El gobierno sólo quiere creencia y adhesión sin diálogo ni discurso ni confrontación, como si de un dogma religioso se tratase. Quizá por eso sean tan beligerantes con la religión dogmática, capaz de destaparles, en ese campo y otros, la falacia de su heterodoxia practicante. E un poné. Quieren hacernos monolíticos, y a fe que lo van consiguiendo.
Aquella democracia que se distinguía por la comunicación discursiva y participativa se está yendo por el albollón. Ahora se prefieren los datos a los discursos. Pero a mí no me convence la pura computación de datos sin contraste, ni los algoritmos que imitan a los argumentos ¿Todo es Big Data? ¿Es la visión divina que maneja el gobierno? Yo prefiero la democracia limitada de los hombres que dialogan a esta eufemística dictadura de las redes y la manipulación de las mismas para quien gobierna sin escrúpulos. No falta nada para que se prescinda de los partidos (salvo del Único que quiere el poder) para que nos controlen como a las abejas y determinen la voluntad a través de los datos como a los monos.
Me resisto a ser una sociedad calculable y controlable por la gobernanza mientras el individuo se diluye como la arena entre las olas de la playa. La información ya no busca la verdad; prefiere datos. Hemos caído en el nihilismo, en la crisis de la verdad y en la esclavitud del probabilismo desenfrenado. Ya nada es verdad ni mentira, todo es probable. La desvinculación del hombre a cualquier valor o virtud significa la nada, la desintegración de la racionalidad y de lo absoluto; por lo que un insignificante relativo tomará las veces de Dios y se sentará en la poltrona de sus apetencias.
Aquí radica la crisis democrática actual que nos desconcierta: no es capaz de situarse ante ningún absoluto que regule las arbitrariedades de la información, los datos, o como quiera que se llame el engendro. Si nos desvinculamos de lo esencial nos venderemos a lo insoportable de la contingencia. Por supuesto estaremos sobradamente informados; pero sometidos al poder totalitario que maneje la información. Y todos tan contentos, como es el caso, en que la verdad se desintegra a base del polvo informativo que trae el viento digital.
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