
Santiago Cordero
Sin palabras
En un ambiente social de polarización–el vocablo más repetido en la última década– aquello que no está previamente etiquetado o clasificado dentro de categorías interesadas resulta sospechoso.
La llegada del Papa León XIV no ha resistido esta lectura parcial bajo la premisa de progresista o conservador, de un pontificado de continuismo o de vuelta a la tradición, dando significado político a si viviría en Santa Marta o volvería al Palacio Apostólico, si llevaba muceta y estola o si no calzaba los tradicionales zapatos rojos.
Para el pensamiento más progresista, haberse referido en la elección de su nombre a León XIII y su encíclica Rerum Novarum lo hace de los suyos, como si los pontífices posteriores no se hubieran ocupado de la cuestión social, la Populorum Progressio de Pablo VI o la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II. Para otros, determinados gestos lo identifican con una vuelta a la tradición, cosa que no sé muy bien en qué consiste.
Como todo el mundo opina, diré que la elección del Cardenal Prevost es muy oportuna –así pensó una mayoría abultada de los Cardenales al obtener algo más del centenar de votos–; un Papa que ha sido misionero, que es lo mejor que tiene la Iglesia Católica, hecho en una Diócesis donde la opción preferencial por los pobres es casi obligado, con una formacion civil y teológica fuera de lo normal, dotado según quienes lo han tratado por la paciente escucha y sobre todo un Pastor que no se deja etiquetar en categorías que no son eclesiales, por mucho que estemos imbuidos de ella.
Dos señales entre otras nos dejó en el balcón el pasado 8 de mayo: el anuncio del Cristo encarnado muerto y resucitado y la proclamación de la tan necesaria paz entre los hombres y los pueblos.
Un Pastor bueno para una Iglesia herida. Esto no es ni progresista ni conservador, sólo católico.
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