
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
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Jerez íntimo
Alfa: No sólo la España profunda que filmara Antonio Fraguas ‘Forges’ en la singular película ‘El vengador gusticiero y su pastelera madre’ sino también la España rural que describiera Miguel Delibes -¿de veras que aún no ha leído usted su libro harto recomendable ‘Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso’?-. Pues sí: tanto en la España del guión cinematográfico de ‘Forges’ como en la producción literaria de MIguel Delibes el reverso de la sociología cañí nos reporta personajes eruditos en sombras, patriarcas de los pueblos perdidos de Dios a los que la edad y la experiencia dotaron de una sabiduría a propósito de la vida tañida sin embargo de jornadas de sol a sol prácticamente desde la niñez a la senectud -que no decrepitud-. El mundo del campo, tan agreste e incluso pedestre, aportó a mediados y finales del siglo XX provectos yayos -analfabetos a menudo- doctos en el conocimiento de la condición humana: por lo común jamás pisaron un aula escolar por tempranas necesidades económicas del hogar paterno. Empero -nobleza obliga, la necesidad agudiza el ingenio, el trabajo curte la filosofía vital- sacaron sobresaliente en el así popularmente denominado Bachiller de la calle… Esto es: los miembros de la cofradía y la estirpe y la saga del Séneca de José María Pemán.
Pues bien: el escritor de fina pluma Carlos Jurado Caballero -que maneja el noble arte de la ironía como pocos colegas en el cultivo del negro sobre blanco- nos ha dejado durante los prolegómenos de la recentísima edición de la Feria del Caballo de Jerez una frase antológica que ha dado mucho de sí a partir de su pronunciamiento en el Pregón Oficial de esta fiesta universal. ¿Verdad que sí, compañeros de cartel en el referido Pregón Paula Casas, Patricia Moreno y Ángel Revaliente? La estrofa de Carlos Jurado estructuró su intervención, su turno en el atril, como fundamentación de un axioma -y no tanto de un enunciado lapidario-, un dicho pegadizo, casi un práctico silogismo de andar por casa -que es hacerlo a la postre por los senderos de tu propio itinerario vital- y cuyo entrecomillado recibiera Carlos de un señor entrado en edad y en sapiencia -de la tipología de los arriba descritos- a quien el sobrino de José Manuel Caballero Bonald adoptó tácitamente como abuelo. El consejo decía así: “Si te gusta, vas; si no te gusta, no vayas; pero si no te gusta y vas… ¡te callas!”. El público que abarrotó el acto del Pregón Oficial de la Feria no sólo rió a mandíbula batiente con el ingenio que, a continuación de tamaña sentencia, Carlos Jurado espigara a lo largo de su texto sino que también enseguida la memorizó como aprendizaje adquirido sobre la marcha para su aplicación ya en todos los órdenes del devenir cotidiano. “Si te gusta, vas; si no te gusta, no vayas; pero si no te gusta y vas… ¡te callas!”. Juicioso laconismo. ¡Vivan por siempre los sabios anónimos de la tercera edad que habitan en tierra de nadie de nuestro suelo patrio!
Beta: La tromba de agua que anegara/empapara el Real de la Feria el pasado viernes no figurará, por puro anacronismo y por imposible efecto retroactivo, en los escritos de Charles Eliot Norton pero sí en las batallitas de los abuelos cebolletas que, andando los años, serán la mayoría de los jóvenes allí congregados. A quien esto escribe pilló la lluvia rodeado de la familia y de innúmeros amigos en el reservado de una caseta de determinada institución decana de la ciudad. La vivencia fue de aúpa. Sabíamos además que el aguacero tenía los minutos contados. Por lo que los niños de los matrimonios reunidos -incluidos mis hijos- no habían perdido la esperanza de su vespertina sesión de cacharritos. Más bien todo lo contrario: adultos y pequeños disfrutamos animadamente de lo inédito de la escena. Los más antiguos del lugar hacían cábalas al respecto del precedente. Las fechas variaban mínimamente según el alcance de la memoria de cada cual. Enseguida la charla se remontó a la Feria de antaño…
Nada es tan exclusivo como pudiera parecer a primera vista. Ni la lluvia visitaba la Feria de Jerez por vez primera ni tampoco -como horas más tarde se hiciera viral- un caballista se adentraría sobre su “fantástico corcel de jerezanía” en el interior de una caseta, en este caso de la peña ‘La buena gente’. Tengo grabado con precisión fotográfica que, siendo un crío, finales de los años setenta, me encontraba disfrutando de lo lindo, junto a mis padres y hermanos, de la riquísima cola de toro que servían en la caseta de la peña ‘El Quema’. El autor de mis días mantenía estrecha amistad con no sé quiénes de aquella mítica caseta de sevillanas de los Romeros de la Puebla y sol de mediodía del sábado de Feria. Enseguida, como salido de la nada, y por mera exhibición personal, un jinete tampoco precisamente demasiado joven, accedió sin comerlo ni beberlo, con su caballo, al interior de la caseta, prácticamente ahuecado entre las primeras mesas del sitio. Aquello inquietó tanto a los progenitores con chiquillos que el jinete enseguida se percató de la imprudencia y, dada su altura, improvisó un gesto solidario: arrancó del techo varios farolillos y los entregó de inmediato a un camarero de mesa para que los repartiera entre los niños. ¡Todo, en mayor o menor medida, vuelve a suceder! Ya lo dijo Azorín: “Vivir es ver volver”.
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