Hierba con alas

El mundo de ayer

27 de junio 2025 - 03:05

Aún recuerdo el tedio inmenso que me supuso leer uno de los capítulos de la segunda parte de El señor de los anillos. Recuerdo también su nombre: Hierbas aromáticas y guiso de conejo. Frodo y Gollum se pasaban veinte páginas buscando qué comer. El texto abundaba en descripciones de plantas, animales y paisajes.

Tal vez para un joven en contacto con el campo hubiera mucho más que ver o imaginar en esa historia, pero para mí, que he vivido sobre y entre el hormigón y el asfalto, palabras como “enebro” o “alerce” no me decían nada, o nada más que esa difusa imagen que a los urbanitas les viene a la mente cuando oyen cualquier especie de árbol. Un tronco y un manchón verde. Hierba con alas.

Hace unos años me descargué en el móvil una app que identifica plantas con una foto. Es así como he puesto nombre a árboles y flores que han estado ahí siempre. Agapantos. Tipas. Aligustres. Darle nombre a las cosas es como sacarlas de un balde de agua sucia. Las traemos a la luz, les otorgamos forma e identidad. Nacen ante nosotros. Nos importan.

Me fijo mucho desde entonces en los árboles y las flores, y procuro llegar a ser como mi padre, quien sabe el nombre de los árboles y las plantas de los huertos de su pueblo nada más verlos. Lechugas. Tomateras. Chopos.

Estamos rodeados de estímulos, de formas de vida, de memoria, de redes invisibles, de ingenios. Hay una música en cada lugar, también en las ciudades: el viento mece las ramas y hace bailar las hojas, los pájaros ejecutan sus bailes circulares cuando el sol desciende. También los árboles enfermos y los árboles muertos cantan en silencio, como el ficus de San Jacinto, y hay árboles fantasma que uno imagina en las plazas duras y en los días futuros, donde el verano y las vigilias son más largos. Sueños de agua y sombra.

Mi tía Mari deja andaluzas desmigadas, cinco a un euro, sobre el aparato del aire, justo fuera de la ventana de la salita donde ella teje y mi abuela dormita o ve la tele, y los pájaros ya se han habituado a esperar en las ramas o a piar como clientes impacientes, y todo el día hay un desfile de gorriones, mientras de fondo frondosos plátanos de Indias ocultan el cielo. Los miro ensoñado, imaginando que en algún instante los huecos entre las hojas han coincidido con las constelaciones, como en un cuento de Borges.

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