Romantizando el caos

Quousque tandem

26 de mayo 2025 - 03:05

Resulta fascinante comprobar el estado de colectiva puerilidad que a veces nos rodea. Tras el Apagón, tan inesperado como inexplicado, fuimos testigos de un aluvión de testimonios alabando la bendición que supuso. Al parecer, carecer de electricidad provocó en muchos un placentero nirvana. Les trasladó a un no sé si infantil estado de naturaleza y saborearon instantes de embelesada relajación, fomentados por la súbita inutilización de los diabólicos engendros tecnológicos que nos abducen. Escucharon el trinar de las aves, se solazaron ante el cielo estrellado, quizá leyeron un libro mientras picoteaban como jilgueros y gozaron de una paz desconocida. O más bien ignorada pues es bien sabido que existe la posibilidad de desconectar los dispositivos y hacer una pausa para reflexionar, meditar u orar, en función de gustos y creencias.

Esta ombliguista romantización, no sé si sincera o meramente partidista, del desastre que supuso el corte masivo y prolongado de suministro eléctrico, me resulta preocupante y desoladora. Debería preocupar la ausencia de espíritu crítico y es desoladora por egoísta. Tanto, que me trae a la memoria La granja de la Reina, esa ridícula y caprichosa aldeíta de atrezo que ordenó construir María Antonieta para retirarse a ratitos de la corte de Versalles y donde, disfrazada de pastorcilla, jugaba a ser campesina junto a sus amigos.

Siempre me pareció que salir al balcón a aplaudir al vacío coreando Resistiré era una pública demostración de infantilismo galopante. Más, cuando enterrábamos a nuestros muertos como apestados medievales, en la más fría y dolorosa soledad. Controlar los sentimientos, sin caer en el tosco sentimentalismo que celebra cualquier alegría con alharacas y convierte el más mínimo pesar en una inconsolable amargura, es muestra indudable de refinamiento. Los sentimientos humanizan y la mesura civiliza. Festejar a discreción es confundir el optimismo con la vana ilusión. Un optimista no espera que los astros se alineen a su favor, confía en su capacidad para enderezar situaciones, pues sabe que residen en nosotros los remedios que atribuimos a la casualidad y hasta a los cielos. El pesimista duda de sí mismo y el derrotista se entrega con armas y bagajes al cataclismo como el cordero que bala afligido ante el matarife. Aunque haya quien prefiera obviarlo mirándose ensimismado al espejo, sea por molicie, desidia o indolencia, cada uno es amo de su destino y capitán de su alma.

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