Juan Carlos Rodríguez Ibarra

¿Ciudadanos responsables?

La tribuna

12315579 2025-05-12
¿Ciudadanos responsables?

12 de mayo 2025 - 03:06

Ya sabemos que somos el mejor país del mundo; que los ciudadanos españoles damos sopas con honda al resto de la ciudadanía mundial cuando se trata de hacer frente a una crisis como la vivida hace un par de semanas. Con gran emoción, los medios nos cuentan historias a cual más emotiva sobre ciudadanos que ni robaron ni mataron ni atropellaron a los indefensos peatones en los pasos de cebra. Exageran el mal comportamiento cívico de otras latitudes en situaciones similares en las que la avaricia, el ansia de robar y de delinquir contrastan con el meritorio comportamiento de los españoles.

No seré yo quien difumine ese proceder español del que tan orgullosos nos sentimos. El ejemplo de civismo que dio la sociedad española fue indudable. El gran apagón puso de manifiesto el lado más humano de la sociedad española. En cualquier crónica periodística se puede leer como muchas personas ejercieron de taxistas, enfermeras, socorristas, semáforos humanos regulando un tráfico automovilístico que se quedó a oscuras o avisando a bomberos y policías para socorrer a miles de personas que quedaron atrapadas en trenes y ascensores. Y fueron miles los ciudadanos que arrasaron los anaqueles y las estanterías de los supermercados comprando alimentos esenciales para mantenerse varios días sin fluido eléctrico.

Todo eso es cierto y es de justicia que se reconozca. Pero el comportamiento ciudadano debe abarcar también a su responsabilidad frente a los que detentan el poder en esos momentos. Los ciudadanos podemos fijarnos en el ejercicio de responsabilidad democrática del ministro portugués de Obras Públicas, Jorge Coelho, que presentó su dimisión irrevocable a consecuencia del desplome de un puente centenario o en el del Gobierno italiano que se lavó las manos por la caída del puente y culpó a la concesionaria.

En España no se quebró un puente; solo se cayó la tensión eléctrica dejando sin luz e incomunicado a todo el país durante más de doce horas en muchas zonas. Si los ciudadanos no exigen responsabilidades políticas, nuestro comportamiento cívico no logrará el aprobado democrático de una sociedad adulta. No sé si habrá culpables en el Gobierno: seguro que sí hay responsables.

En estos momentos, días después del desgraciado apagón del lunes 28 de abril, alguna prensa ha decidido que sus periodistas, elegidos por la divinidad, son los más listos de la tribu frente a una masa de ciudadanos a los que nos valoran como medio tontos e ignorantes. Desde esa condición de elegidos, se consideran con el derecho a manipular la realidad sin temor a ser descubiertos por esa masa de lectores que ellos consideran idiotas. En lugar de relatar lo sucedido aportando el mayor número de datos y de hechos relevantes, se han dedicado a manipular la información para llegar a conclusiones interesadas y queridas de antemano.

Existen dos elementos claves en una democracia: la voz y el ojo. La voz toma cuerpo cuando se convocan lecciones, ya sean locales, autonómicas o generales. La voz es intermitente. Solo hablan los que tienen esa capacidad cuando depositan el voto en una urna. Como no se vive en un proceso electoral permanente, la voz es intermitente.

El ojo, sin embargo, es permanente y debe estar en constante alerta. La voz es el pueblo, es el Parlamento que investiga, controla y vigila al Poder Ejecutivo. La voz es soberana y obliga a rendir cuentas a ese poder.

Si el Parlamento se queda ciego y el poder mediático decide venderse al mejor postor, la democracia queda tocada. Los ciudadanos tenemos derecho a conocer lo que ocurre, juzgarlo por nosotros mismos, equivocarnos cuantas veces lo hagamos y construir nuestra verdad con total libertad sobre los hechos que la prensa nos debe ayudar a conocer.

Pero el periodismo para que resulte creíble debe ser libre y alejado de cualquier atadura con cualquier poder. Cuando la prensa se hace amiga de unos y enemiga de otros, cuando defiende intereses de grupos, de partidos o de territorios, eso ya no es prensa. Se ha corrompido y, en consecuencia, contribuye a la corrupción de la sociedad.

Ya sé que en los momentos actuales y con la aparición de las tecnologías del conocimiento, la prensa profesional se está dejando comer el terreno por la prensa ciudadana o aficionada. La máxima de la democracia debería enseñar que cuando la prensa no es capaz de mantenerse por sí misma, lo democrático es cerrar o saber competir. Los ciudadanos tenemos que defender la objetividad de la prensa. La máxima sería: “dime qué prensa tienes y te diré en qué tipo de sociedad vives”.

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