La tribuna
Ilusión, ilusionismo y supervivencia
La tribuna
He conocido a muchos hombres malvados y a muchos tontos, y estoy convencido de que al final todos pagan sus culpas, pero los tontos las pagan primero”. Estas palabras corresponden a una novela de Robert L. Stevenson titulada Secuestrado, donde el protagonista debe afrontar la esclavitud, un naufragio y la guerra. Desconozco si los malvados pagan sus culpas. La historia nos ofrece un nutrido listado de individuos que hubieren merecido un fin acorde a sus obras, pero han muerto plácidamente en caros hospitales a edades avanzadas. No obstante, de lo que no hay duda es que los tontos siempre las pagan. Y, a menudo, sin rechistar.
Desgraciadamente, mientras que el resto del mundo se prepara para un cambio de ciclo geopolítico, en España nos dedicamos a hacer zozobrar un poco más el barco común, previo desguace. Ojalá fuéramos los piratas de Asterix, que hundían su nave con cierta gracia y una frase final en latín. Aquí entre tanta empleabilidad, know-how y buen rollo wokista, ni tan siquiera se perece como sociedad con un cierto estilo. Con unas gotas de acerado cinismo que solo alguien tan inteligente como Oscar Wilde, podía expresar: “si te gusta todo el mundo es que todo el mundo te resulta indiferente”.
Al contrario. Perecemos de la manera más vulgar posible. Sometidos a supremacistas que van de progresistas. A sujetos que están todo el día con la turra de la independencia, pero a los que no les importa cobrar megasueldos de las instituciones y empresas públicas de la malvada España. Zozobramos rodeados de puteros, de tíos proxenetas condenados por explotación de mujeres, de individuos para los que nunca se tienen demasiados coches, inmuebles, coca o lujos y de negocios que sobreviven gracias a favores políticos. Nos vamos a pique sin épica, a oscuras y sin explicaciones, con un primer ministro al que la idea de ir al parlamento le causa náuseas y que manda a sus lacayos a un naufragio exento de honor, cuando una audiencia provincial les enmienda la plana de sus desmanes. Un individuo que en el WhatsApp muestra el ajado otoño de un patriarca low cost.
Pocas fotos hacen tanta justicia a nuestra realidad como la de Otegi y Puigdemont en Bélgica. A eso ha quedado reducida nuestra soberanía nacional. Como dice Loquillo, refiriéndose a la Barcelona que conoció, cenizas, solo cenizas. No es mala definición para la democracia que ilusionó a nuestros padres o abuelos. Nuestro futuro se decide entre Waterloo y Rabat, según el menester.
Algunos piensan que los españoles somos tan tontos que somos incapaces de percibir las evidentes tendencias autocráticas y populistas de nuestro Gobierno. Criticaron a Trump cuando cambió la denominación del golfo de México por de América, pero ellos echaron a un alto funcionario de la Generalidad catalana por negarse a calificar como Cataluña del norte a parte del Francia. Atacan al poder judicial sin recato. Les asquea la prensa independiente y han normalizado las comparecencias sin preguntas. Presumen de respetar el derecho internacional, mientras abandonan a los saharauis a su desventurada suerte.
Su autocracia en ciernes precisa de instituciones serviles sometidas por todos los medios que el BOE les ofrece. Y todo, no por gobernar, cosa que han delegado en el separatismo, sino para estar en la Moncloa. Sin presupuestos, con una política exterior al servicio de nuestros adversarios geoestratégicos o de dictaduras tan repugnantes como lucrativas, solo piden tiempo y Falcon. Y, tal vez, un futuro empleo bien pagado.
Decíamos que los tontos pagan siempre. A los españoles del común se nos está poniendo esa cara. Podemos ponernos muchas excusas. Que demasiados medios de comunicación están fuertemente condicionados por el Ejecutivo, que los sindicatos mayoritarios están, como en la época de Zapatero, a lo que disponga el Gobierno o que, entre las subidas de precios o la precariedad laboral, estamos ahogados. La realidad es que aceptamos dócilmente ir de escándalo en escándalo. Por no hablar de la toma de control partidaria de empresas e instituciones o la falta de inversión en servicios públicos como el transporte por tren, la sanidad, la vivienda o la educación. Todo les parece estar permitido. Incluso una amnistía y un próximo cupo separatista que lesionan tanto la igualdad como el futuro bienestar de nuestros hijos. Hasta algo que ofende a la razón, pero sobre todo al bolsillo, nos lo tragamos con un inaudible murmullo que se extingue a las pocas horas.
Stevenson critica la fantasía interesada de Daniel Defoe cuando Robinson Crusoe es arrojado a la playa con un cofre lleno de herramientas. Quizá pensemos que cuando todo haya terminado tendremos una playa repleta de herramientas para reconstruir nuestro Estado de derecho. Quién sabe si será posible o solo nos quede buena memoria para olvidar, como decía el personaje de Stevenson. ¿Cuánto tiempo tardará el suplicatorio?
También te puede interesar
La tribuna
Ilusión, ilusionismo y supervivencia
La tribuna
Las sabias hormigas
La tribuna
El último encuentro
La tribuna
La paradoja institucional del Banco de España
Lo último