Jerez, 1958: Álvaro Domecq Díez en el diario ‘Pueblo’ de Emilio Romero (II)

JEREZ ÍNTIMO

Finca ‘La Jandilla’: Manolete con los hermanos Domecq Díez. 
Finca ‘La Jandilla’: Manolete con los hermanos Domecq Díez. 

12 de mayo 2025 - 06:00

La serie periodística que Marino Gómez-Santos dedicó a don Álvaro Domecq Díez alcanzó varias entregas a página completa en el entonces referencial diario ‘Pueblo’. Durante las postrimerías de los años 50 y los primeros de los 60. Un veterano periodista de la ciudad me comentó el pasado viernes que ‘Pueblo’ fue “un mítico diario de la tarde y, por supuesto, la auténtica Escuela de Periodismo de aquella época”. Los germinales contactos entre Marino y Álvaro, a resultas de publicaciones periódicas en papel prensa, comenzaron a fraguarse en 1958. De hecho sería a lo largo y ancho de este año cuando, groso modo, y no de alguna tanteadora manera, Marino principió a estrechar lazos de amistad con Álvaro y, por ende, a frecuentar durante largas estancias el hogar de tan ilustre jerezano, amén las iniciales -que no iniciáticas- páginas dedicadas a éste en el recién nacido -y pronto mediático e incluyente- periódico ‘Pueblo’.

Dos años más tarde, 1960, mes de julio, el resultado de las confesiones entrambos, sin parapetos ni cortapisas, llegaron a su cenit. El punto más alto de la esfera celeste de una confianza por cuya lealtad sendos apostaban doble contra sencillo. Álvaro Domecq habló con el corazón en la mano. Sin cotos temáticos ni autocensura. Indistintamente ora confortablemente sentado en los mullidos sillones con orejeras de un salón oxigenado de frescor de campo abierto ora -los zahones ya puestos y las manos apoyadas sin tensiones musculares en la cadera- mientras tres jovenzuelos ensillan su caballo y entregan la garrocha en un patinillo de sol y blancura, como la pauta del espíritu de Andalucía cuando la pureza de la tierra atisba la fecundidad artística de los duendes y las musas.

Si la pregunta -cuasi prologal- recae en la fecha de fundación de la ganadería de los Domecq, la respuesta no se hace esperar: “Pues, mira, de niños no tuvimos ganadería brava. Sin embargo, mi padre llevaba la ganadería de un tío mío, don José Domecq, que es la misma que hoy tiene Benítez Cubero en Marchena, comprada a Peñalver, a quien la vendieron los herederos de mi tío”. La afición de los Domecq a los caballos y los toros viene de lejos. “Estas cosas, como sabes -comentaba Álvaro-, sólo aparecen después de una larga tradición mantenida. Mi tío, el marqués de Domecq, era un jinete formidable. Yo recuerdo todavía cómo llevaba los coches de caballos, esos coches de Jerez con cuatro o cinco caballos capaces de pasar al galope por el ojo de una aguja con tal de que empuñen las riendas unas manos de seda. Mi tío tenía estas manos y, además, un poderosísimo talento para la obtención de buenos caballos. Él creó los caballos Domecq, un árabe agrandado por el andaluz o, si quieres mejor, un andaluz afilado, embellecido por el árabe (…) Los caballos de mi tío se vendieron en Londres, a precios altísimos. En la Exposición Internacional fueron yeguas andaluzas de Jerez y ‘caballos Domecq’ que se vendieron hasta para los maharajás de la India”.

Cuenta Marino cómo Álvaro “saca la petaca del tabaco negro, como buen campero, y se cala el barboquejo del sombrero ancho”. La escena de seguro derrocharía excelencia. Dos caballeros frente a frente. Un artesano de la exquisitez de formas y un alfarero de las palabras. Ávaro narra cómo vivió con su familia en una finca apartada, a unos cinco kilómetros de Jerez, denominada ‘La Granja’. Su tío fue gran amigo de “Manuel Guerrero, el que trajo a Jerez los famosos Hackneys de tiro. Jamás ha habido caballos para coches como aquellos. Braceaban como si el aire fuera pura golosina. Se vendían por toda Europa con sus arreos de cuero blanco. La referida finca ‘La Granja’ llegó “a mi padre por herencia de su tío, el fabuloso príncipe de Aladro”. Llegados a este punto cabe preguntarse quién respondía a tan sugerente distinción… Álvaro Domecq lo explica con precisión de datos: “Aladro fue diplomático y heredero de la corona de Albania. Construyó el palacio de Aladro, donde hoy vive el marqués de Domecq. En las caballerizas tenían cinco o seis carrozas. Era también muy aficionado a los caballos. Compró en París un árabe puro, ‘Fitt Plotus’, cuando estaban en plena moda los árabes. Alfonso XIII, cuando organizó una expedición a Oriente en busca de caballos árabes, le regaló dos. Me parece que se llamaban Sahara y Abdalá”.

La conversación entronca con el origen de la familia Domecq: “Bueno, mi abuelo era francés, procedente del Bajo Pirineo. Tenía algunas propiedades en torno a un pueblecito llamado Duscain, donde todavía se conserva la iglesia con los panteones de los Domecq. Hace unos años fui a rezarles. Mi abuela era jerezana y con solera: Núñez de Villavicencio y Olaguer de Feliú”. Álvaro vivió en ‘La Granja’ hasta que falleció -año 1921- su madre: “Murió poco después del nacimiento de mi última hermana. Yo tenía cuatro años. En esa fecha nos trasladamos a Jerez los seis hermanos con nuestro padre y una francesa que teníamos de institutriz, que se llamaba Marcelle Coutuvie”.

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